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jueves, 20 de septiembre de 2007

La caída del Ministerio

Todos los personajes son de Rowling.

Rufus Scrimgeour estaba sentado en su despacho, leyendo el último informe de los Aurores. En realidad se suponía que estaba leyéndolo, pues lo único que hacía era deslizar sus ojos por las líneas. Por lo que él sabía, podían haberle mandado la receta de una torta, y él no se daría cuenta. Sus pensamientos estaban siempre con Potter. Cómo lograr que Potter lo apoyase, cómo lograr que Potter le revelase todo lo que Albus Dumbledore no había querido contarle a él, el ministro de la Magia.
Scrimgeour era un soldado con mente de político, lo cual, creía él, era mucho menos peligroso que un político con mente de soldado. Había que ganar la guerra convencional contra Ryddle (así lo llamaba él en su fuero íntimo, pese a que jamás osase decirlo en voz alta), pero también había que ganar la guerra psicológica. Ryddle tenía bien claro que para ganar, debía infundir terror en el corazón de los magos y brujas, para conseguir que lo apoyasen o que al menos no se atreviesen a enfrentarlo. Y Scrimgeour tenía bien claro que para ganar debía hacer lo opuesto: infundirles confianza para que luchasen contra Ryddle. Potter era imprescindible para ello, era el Chico Que Vivió, el Elegido. Si él aparecía en público con el ministro de la Magia, significaría un espaldarazo muy fuerte a sus acciones. Rufus Scrimgeour estaba al tanto de que había sido una estupidez mandar a Azkaban a Shunpike y los otros supuestos Mortífagos, y planeaba resolver el asunto discretamente, reduciendo la condena por sus “crímenes” a arresto domiciliario. Pero no podía, como quería Potter, decirle a todo el mundo que ellos eran inocentes y liberarlos, pues debería explicar por qué el Ministerio estaba arrestando inocentes. El hecho de que el medio mágico de mayor alcance, El Profeta, fuese prácticamente la voz del Ministerio, no serviría de nada.
Su estallido de violencia, pocos días atrás, cuando Potter se rehusó una vez más a darle información sobre Dumbledore era algo que lo avergonzaba. Por una vez el soldado se había impuesto sobre el político. Y además lo avergonzaba porque, en el fondo, sabía que Harry Potter era el único capaz de matar a Ryddle. El chico podía resultarle insoportable, pero era la única esperanza del mundo mágico. Scrimgeour sabía bien que Dumbledore le había dado a Potter alguna información clave para destruir a Ryddle, y no quería conocerla para robarle la gloria a Potter, como él parecía sospechar, sino para ayudarlo. Dijese Potter lo que dijese, un adolescente no podía matar a Tom Ryddle sin ayuda de adultos…
Una súbita explosión en el pasillo fuera de su oficina lo sacó de sus pensamientos. Scrimgeour se puso de pie y sacó su varita, pero antes de que pudiera acercarse a la puerta para ver qué pasaba, ésta se abrió de golpe y una voz gritó:
Petrificus totalus!
El ministro fue golpeado por el hechizo y quedó paralizado, de pie detrás de su escritorio. Desde allí, pudo ver a sus atacantes.
Scrimgeour se sorprendió al ver entrar a Pius Thicknesse, jefe del Departamento de Seguridad Mágica. No podía creer que Thicknesse, a quién conocía desde Hogwarts y que era su hombre de confianza, fuese un Mortífago. Pero al cabo de unos segundos vio la expresión ausente en sus ojos y se dio cuenta de que estaba bajo el maleficio Imperius (lo cual no era muy reconfortante).
Detrás de él entró Furius Yaxley, otro funcionario del Departamento de Thicknesse, otro a quien Scrimgeour consideraba leal, pero estaba bien claro, por su expresión alegre, que no actuaba contra su voluntad. Y detrás de Yaxley entraron los dos Mortífagos más buscados por el Ministerio, Bellatrix Lestrange y Severus Snape. Yaxley se le acercó y le quitó la varita de la mano, tras lo cual Thicknesse dijo “Finite” y Scrimgeour recuperó la movilidad y el habla.
-Bueno, Scrimgeour -dijo Bellatrix-, hemos ganado. Tenemos el Ministerio bajo nuestro control. Lo mejor que puedes hacer es renunciar a tu cargo.
-Tendrás que matarme, perra.
Crucio!
La maldición hizo que Scrimgeour se retorciese en el suelo, pero no gritó. Cuando terminó, levantó la mirada hacia Bellatrix y le dijo:
-Tendrás que hacerlo mejor que eso, querida. Yo ya había recibido la maldición Cruciatus decenas de veces antes de que tu amado Voldemort te enseñase a utilizarla…
Furiosa al oír llamar a Lord Voldemort por su nombre, Bellatrix volvió a lanzarle la maldición y la mantuvo durante un rato más largo.
-Alto -dijo una voz fría.
Bellatrix se detuvo y se volvió hacia la puerta. Allí estaba el mismísimo Lord Voldemort.
-Mi señor… No sabía que usted participaría personalmente de la misión -dijo Bellatrix con un tono más humilde.
-Conozco a Scrimgeour y supuse que sería necesario que yo mismo me ocupase de él. Verás, Rufus, no es imprescindible que nos des tu renuncia. Lo que deseamos realmente es que nos reveles el paradero de Harry Potter.
-No sé dónde está -contestó Scrimgeour.
-Sabemos que lo sabes, Rufus. Yaxley nos ha estado informando todo este tiempo de tus idas y venidas. Lamentablemente fuiste a ver a Potter solo, de modo que únicamente tú sabes dónde está. Dínoslo, y seré clemente contigo… te permitiré exiliarte a donde quieras. Después de todo, eres un mago de sangre pura y yo no mato a mis iguales si no puedo evitarlo.
Scrimgeour rió y dijo:
-¡Tu igual! ¡Tú y yo sabemos bien que…!
Crucio!
Ésta vez, Scrimgeour sí gritó. El dolor que había experimentado ante el Cruciatus de Bellatrix Lestrange no era nada comparado con el que sentía con el de Voldemort.
-Bueno, Scrimgeour, espero que eso te haya enseñado a ser menos arrogante cuando te diriges al Señor de las Tinieblas. Ahora, dime dónde está Potter.
-¡Jamás!
Crucio! ¡Crucio! ¡CRUCIO!
Scrimgeour sufría muchísimo, pero no quería doblegarse ante Voldemort. Él continuaba lanzándole el Cruciatus y preguntándole por el paradero de Harry Potter una y otra vez, pero el ministro permanecía en silencio. No obstante, Scrimgeour tenía miedo. Sabía que tarde o temprano emplearían la Legeremancia o el Veritaserum para arrancarle la información. Ryddle prefería usar el Cruciatus por puro sadismo, pero pronto se aburriría y terminaría por utilizar métodos menos dolorosos pero más efectivos. La única salida era hacerlo enfadar lo suficiente para que lo matase de inmediato, sin preocuparse por los datos que le pudiera proporcionar. Así que dijo:
-¡Nunca te lo diré, Ryddle! ¡Jamás! ¡Tendrás que matarme!
-¡Si crees que no voy a hacerlo, Scrimgeour -dijo Voldemort, que parecía estar a punto de perder los estribos-, te equivocas! ¡He matado a magos y brujas mucho mejores que tú sin vacilar!
-¡Hazlo, Ryddle, a mí no me importa! ¡Será divertido estar en el más allá! ¡Quién sabe, quizá me encuentre con tu padre muggle y nos sentemos a tomar el té y hablar de los viejos tiem…!
AVADA KEDAVRA! -gritó Lord Voldemort.
Lo último que vieron los ojos de Scrimgeour antes de que la maldición asesina lo alcanzase fue el rostro de Severus Snape, a quién nadie más miraba. Snape tenía una expresión de ligera satisfacción en el rostro, en vez de temor o ira. ¿Significaba que estaba contento de verlo morir, o que estaba contento de que no le hubiese revelado el paradero de Harry Potter a Ryddle?
Rufus Scrimgeour murió haciéndose esa pregunta.

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