Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico nació el 1º de agosto del 10 antes de Cristo, en la ciudad gala de Lugdunum (la actual Lyon). Sus padres eran Décimo Claudio Druso Germánico, hermano del emperador Tiberio, y Antonia la Menor, hija de Marco Antonio y Octavia, hermana del emperador Augusto.
Claudio tenía muchos defectos físicos. Era rengo, tartamudeaba al hablar y tenía varios tics nerviosos. Todo esto hizo que sus familiares lo considerasen un caso perdido y lo mantuviesen apartado de los cargos y honores públicos que le hubiesen correspondido por su nacimiento. Claudio fue también bastante maltratado y despreciado. Su abuela Livia sentía tanto desagrado por él que cuando quería darle una reprimenda lo hacía mandándole notas. Su hermana Livila, al oír a un augur predecir que Claudio sería emperador, se lamentó por Roma y dijo que esperaba estar muerta cuando eso sucediera (lo cual, como conté en la tercera parte de la historia de Tiberio, le fue concedido). Su propia madre Antonia lo consideraba tan tonto que, al enterarse en una ocasión que un senador había presentado una moción muy estúpida en la Cámara, dijo que era “tan idiota como mi hijo Claudio”.
La actitud de su familia pareció suavizarse cuando el joven Claudio llegó a la adolescencia y manifestó cierto interés por la Historia. El historiador Tito Livio y el filósofo Atenodoro de Tarso fueron designados como sus profesores particulares, y lograron instruirlo bastante bien; Augusto escribió una carta a Livia en la que se manifestaba sorprendido por los avances de su sobrino-nieto en la oratoria, y posiblemente Claudio hubiese recibido algún honor público de no ser por su tarea historiográfica. El muchacho escribió una historia de las guerras civiles que era demasiado crítica -o bien demasiado sincera- con el rol que había jugado en ellas el propio Augusto. Antonia y Livia encontraron el manuscrito y se lo mostraron a Augusto, quién entonces abandonó cualquier idea de permitirle a Claudio iniciar una carrera política. Más tarde Claudio volvió a comenzar una historia más light de las guerras civiles, salteándose el período del Segundo Triunvirato y pasando directamente desde la batalla de Filipos al reinado de Augusto, pero no bastó.
Cuando Augusto murió en el 14, Claudio escribió a su tío Tiberio para pedirle permiso para iniciar su cursus honorum. Tiberio respondió haciendo que el Senado le diera a su sobrino la toga que usaban los ex cónsules, pero Claudio escribió al emperador que prefería el consulado sin la toga a la toga sin el consulado. Tiberio no le hizo más favores.
No obstante, parece que la opinión pública sentía cierto respeto por Claudio. En el funeral de Augusto, los caballeros romanos eligieron a Claudio para encabezar su procesión. Cuando su casa se incendió, el Senado quiso que fuese reconstruida con fondos públicos, pero Tiberio vetó la medida. Tiberio también vetó una moción del Senado para incorporar a Claudio como miembro. Tras la muerte de Druso, el hijo de Tiberio, hubo sectores de la Guardia Pretoriana que quisieron impulsarlo para convertirse en heredero del trono, siendo el único superviviente de la tercera generación de la familia imperial, pero Claudio -seguramente temiendo ser víctima de la facción de Seyano o de la de Agripina, o bien sabiendo que su tío Tiberio nunca lo aceptaría como sucesor- se rehusó.
Claudio tenía muchos defectos físicos. Era rengo, tartamudeaba al hablar y tenía varios tics nerviosos. Todo esto hizo que sus familiares lo considerasen un caso perdido y lo mantuviesen apartado de los cargos y honores públicos que le hubiesen correspondido por su nacimiento. Claudio fue también bastante maltratado y despreciado. Su abuela Livia sentía tanto desagrado por él que cuando quería darle una reprimenda lo hacía mandándole notas. Su hermana Livila, al oír a un augur predecir que Claudio sería emperador, se lamentó por Roma y dijo que esperaba estar muerta cuando eso sucediera (lo cual, como conté en la tercera parte de la historia de Tiberio, le fue concedido). Su propia madre Antonia lo consideraba tan tonto que, al enterarse en una ocasión que un senador había presentado una moción muy estúpida en la Cámara, dijo que era “tan idiota como mi hijo Claudio”.
La actitud de su familia pareció suavizarse cuando el joven Claudio llegó a la adolescencia y manifestó cierto interés por la Historia. El historiador Tito Livio y el filósofo Atenodoro de Tarso fueron designados como sus profesores particulares, y lograron instruirlo bastante bien; Augusto escribió una carta a Livia en la que se manifestaba sorprendido por los avances de su sobrino-nieto en la oratoria, y posiblemente Claudio hubiese recibido algún honor público de no ser por su tarea historiográfica. El muchacho escribió una historia de las guerras civiles que era demasiado crítica -o bien demasiado sincera- con el rol que había jugado en ellas el propio Augusto. Antonia y Livia encontraron el manuscrito y se lo mostraron a Augusto, quién entonces abandonó cualquier idea de permitirle a Claudio iniciar una carrera política. Más tarde Claudio volvió a comenzar una historia más light de las guerras civiles, salteándose el período del Segundo Triunvirato y pasando directamente desde la batalla de Filipos al reinado de Augusto, pero no bastó.
Cuando Augusto murió en el 14, Claudio escribió a su tío Tiberio para pedirle permiso para iniciar su cursus honorum. Tiberio respondió haciendo que el Senado le diera a su sobrino la toga que usaban los ex cónsules, pero Claudio escribió al emperador que prefería el consulado sin la toga a la toga sin el consulado. Tiberio no le hizo más favores.
No obstante, parece que la opinión pública sentía cierto respeto por Claudio. En el funeral de Augusto, los caballeros romanos eligieron a Claudio para encabezar su procesión. Cuando su casa se incendió, el Senado quiso que fuese reconstruida con fondos públicos, pero Tiberio vetó la medida. Tiberio también vetó una moción del Senado para incorporar a Claudio como miembro. Tras la muerte de Druso, el hijo de Tiberio, hubo sectores de la Guardia Pretoriana que quisieron impulsarlo para convertirse en heredero del trono, siendo el único superviviente de la tercera generación de la familia imperial, pero Claudio -seguramente temiendo ser víctima de la facción de Seyano o de la de Agripina, o bien sabiendo que su tío Tiberio nunca lo aceptaría como sucesor- se rehusó.
Durante el reinado de su tío, Claudio se dedicó a su labor historiográfica. Escribió una historia de los cartagineses y otra de los etruscos, convirtiéndose en un erudito en ambas civilizaciones (se sabe que fue la última persona en hablar la lengua etrusca), pero lamentablemente sus libros se perdieron.
El ascenso de su sobrino Cayo Calígula al trono mejoró un poco las cosas para el historiador. Calígula lo designó senador y cónsul en el 37, aunque más para honrar al difunto Germánico que al propio Claudio. No obstante, Calígula no trataba bien a su tío, sino que le jugaba bromas pesadas, lo embaucaba para robarle dinero, lo humillaba en público -incluso frente al Senado-, y cosas así.
El asesinato de Calígula fue su golpe de suerte, aunque en realidad Claudio no reaccionó con mucha audacia al enterarse. La guardia germana de Calígula no había participado en la conjura a causa de su fanática lealtad al emperador, y al conocer su muerte se lanzaron a una masacre indiscriminada de romanos como venganza. Los pretorianos involucrados en la conspiración querían asesinar a toda la familia imperial y seguramente planeaban eliminar a Claudio así como lo habían hecho con Cesonia y su hija. Así que el viejo tío del emperador se escondió en el palacio, detrás de unas cortinas. Tuvo la suerte de que quién lo encontró fuese un pretoriano “leal” llamado Grato. Grato lo sacó de su escondite, lo llevó con los pretorianos que no habían participado del complot y que no deseaban el retorno de la República y lo proclamó emperador. Los pretorianos, entusiasmados, lo llevaron a su campamento para ponerlo a salvo de los conspiradores.
El ascenso de su sobrino Cayo Calígula al trono mejoró un poco las cosas para el historiador. Calígula lo designó senador y cónsul en el 37, aunque más para honrar al difunto Germánico que al propio Claudio. No obstante, Calígula no trataba bien a su tío, sino que le jugaba bromas pesadas, lo embaucaba para robarle dinero, lo humillaba en público -incluso frente al Senado-, y cosas así.
El asesinato de Calígula fue su golpe de suerte, aunque en realidad Claudio no reaccionó con mucha audacia al enterarse. La guardia germana de Calígula no había participado en la conjura a causa de su fanática lealtad al emperador, y al conocer su muerte se lanzaron a una masacre indiscriminada de romanos como venganza. Los pretorianos involucrados en la conspiración querían asesinar a toda la familia imperial y seguramente planeaban eliminar a Claudio así como lo habían hecho con Cesonia y su hija. Así que el viejo tío del emperador se escondió en el palacio, detrás de unas cortinas. Tuvo la suerte de que quién lo encontró fuese un pretoriano “leal” llamado Grato. Grato lo sacó de su escondite, lo llevó con los pretorianos que no habían participado del complot y que no deseaban el retorno de la República y lo proclamó emperador. Los pretorianos, entusiasmados, lo llevaron a su campamento para ponerlo a salvo de los conspiradores.
Entretanto, el Senado se había reunido bajo la dirección de los conjurados. La idea original era proclamar el final del Imperio y el restablecimiento de la República, pero pronto quedó claro de que muchos senadores se habían involucrado en el complot para asesinar a Calígula con el único objetivo de ser ellos mismos emperadores y no de “liberar la patria”. Y al enterarse de que los pretorianos habían proclamado a Claudio como sucesor de Calígula, el espíritu republicano de los senadores decayó. Intentaron convencer a Claudio de abandonar el campamento de los pretorianos y presentarse en la Cámara para ser confirmado como emperador, pero Claudio se rehusó sensatamente, pues suponía que podría ser fácilmente asesinado. Al final se llegó a un arreglo: el Senado legalizó el nombramiento de Claudio, y el nuevo emperador dictó una amplia amnistía contra casi todos los que habían participado de la conjura contra Calígula. Los únicos ejecutados fueron Casio Querea y un oficial llamado Lupo, que fue quién asesinó a Cesonia y Drusila.
La historia continúa en la segunda parte.
Sin comentarios
Publicar un comentario