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jueves, 11 de octubre de 2007

La Reina de los Condenados

Este largo texto es el final de la novela La Reina de los Condenados, la tercera parte de las Crónicas Vampíricas de Anne Rice, iniciada con Entrevista con el vampiro y continuada por Lestat el vampiro. En este volumen de la saga se narra el despertar de su letargo milenario de Akasha, la primera vampira de la historia. Akasha extermina a todos los vampiros a excepción del narrador Lestat y de un grupo de vampiros muy viejos y poderosos que se recluyen en una lujosa cabaña en el bosque para decidir qué hacer ante la nueva situación. Akasha se enamora de Lestat e intenta convencerlo de convertirse en su consorte y de unirse a ella en un nuevo régimen mundial que desea instaurar, en la que la paz será garantizada mediante el exterminio del 99% de los varones. Lestat, intentando convencerla de abandonar sus planes, hace que ella se reúna con los vampiros ancianos con la esperanza de que ellos logren persuadirla.

Estaba sentada en la cabecera de la mesa, esperándolos; tan quieta, tan plácida, con el vestido magenta que en la luz del fuego proporcionaba a su piel un profundo fulgor carnal.
El contorno de su rostro quedaba dorado por el resplandor de las llamas, y el cristal oscuro de la pared la reflejaba vivamente, como un espejo perfecto, como si la imagen fuera lo real, flotando en el exterior, en la noche transparente.
Temiendo. Temiendo por ellos y por mí. Y, extrañamente, por ella misma. El presagio era como un escalofrío. Para ella. Para la que podía destruir todo lo que yo siempre amé.
En la puerta, me volví y besé de nuevo a Gabrielle. Sentí que su cuerpo se desplomaba en el mío un instante; luego su atención se centró en Akasha. Cuando tocó mi rostro sentí el leve temblor en sus manos. Miré a Louis, a mi aparentemente frágil Louis con su aparentemente invencible compostura; y a Armand, el chico con cara de ángel. En definitiva, aquellos a quienes uno ama no son otra cosa que... aquellos a quienes uno ama.
Marius, al hacer su entrada en la sala, se mostró tenso de ira; nada pudo disimularlo. Me lanzó una mirada encendida, a mí, el que había aniquilado aquellos pobres e indefensos mortales y los había dejado esparcidos por la montaña. El lo sabía, ¿no? Ni toda la nieve del mundo podría encubrirlo.
“Te necesito, Marius. Te necesitamos.”
Su mente estaba velada; todas las mentes estaban veladas. ¿Podrían ocultar sus secretos a Akasha?
Mientras ellos iban entrando en fila en la sala, yo me dirigí a la derecha de Akasha, como ella quería. Y porque yo sabía que era dónde debía estar. Hice una señal a Gabrielle y a Louis para que se sentaran enfrente, cerca, donde pudiera verlos. La expresión del rostro de Louis, tan resignada, tan apenada, me sacudió el corazón.
La pelirroja, la vieja llamada Maharet, se sentó en el extremo opuesto de la mesa, el más próximo a la puerta. Marius y Armand se hallaban a su derecha. Y a su izquierda estaba la joven pelirroja, Jesse. Maharet aparentaba una pasividad total, un sosiego completo, como si nada pudiera alarmarla. Pero era bastante fácil ver por qué. Akasha no podía herir a esa criatura; ni al otro muy viejo, a Khayman, quien ahora se sentó a mi derecha.
El que se llamaba Eric estaba aterrorizado. Sólo con grandes recelos se sentó en la mesa.
Mael también tenía miedo, pero eso lo enfurecía. Lanzaba miradas airadas a Akasha, como si no le importase nada demostrar abiertamente su animosidad.
Y Pandora, la bella de ojos pardos Pandora, aparentaba una total despreocupación cuando tomó asiento junto a Marius. Ni siquiera dirigió una mirada a Akasha. Contempló, a través de las paredes de cristal, el exterior, desplazando los ojos lentamente, encantadoramente, siguiendo con la vista los árboles del bosque, las capas y capas de bosque nebuloso, con sus oscuras tiras de corteza de secoya y de verde punzante.
Otro que no estaba ansioso era Daniel. A éste también lo había visto en el concierto. ¡Nunca me hubiera imaginado que Armand lo acompañase! Ni siquiera había captado la más leve señal de que Armand estaba allí. Y pensar que todo lo que nos pudimos haber dicho estaba ahora perdido para siempre. Pero entonces pareció que eso no podía ser, ¿no? Pareció que tendríamos nuestro momento juntos, Armand y yo, todos nosotros. Daniel lo sabía, hermoso Daniel, el reportero y su pequeño magnetófono que en una habitación en Divisadero Street con Louis había empezado aquello. Por eso miraba con tanta serenidad a Akasha; por eso lo exploraba todo sin perder un detalle.
Miré al de pelo negro, Santino, un ser más bien regio, que me estaba evaluando de un modo calculador. Tampoco tenía miedo. Pero estaba interesado hasta la desesperación por lo que ocurría allí. Cuando volvió la vista hacia Akasha quedó impresionado por su belleza; tocó alguna profunda herida en su interior. La vieja fe llameó por un momento, la fe que había significado más que la supervivencia para él, la fe que se había consumido amargamente.
No había tiempo para comprenderlos a todos, para calibrar los eslabones que los unían, para preguntar el significado de aquella extraña imagen: las dos mujeres pelirrojas y el cadáver de la madre, que de nuevo vi en una imagen fugaz al fijar mis ojos en Jesse.
Me preguntaba si podrían registrar mi mente y encontrar todos los pensamientos que me esforzaba en ocultar; los pensamientos que inconscientemente me ocultaba a mí mismo.
Ahora la expresión de Gabrielle era ilegible. Sus ojos se habían entornado y se habían vuelto grises, como cerrándose a la luz y al color; me miró a mí y luego otra vez a Akasha, como si intentara descifrar algo.
Una súbita sensación de terror subió por mi espinazo. Quizás el terror había estado agazapado allí todo el tiempo. Ellos, éstos, nunca se rendirían. Algo inveterado lo impediría; así había ocurrido conmigo. Y una resolución fatal tendría lugar antes de que saliéramos de aquella sala.
Quedé paralizado un momento. Extendí el brazo y tomé la mano de Akasha. Sentí que sus dedos se cerraban delicadamente en los míos.
-Tranquilo, mi príncipe -dijo, muy discreta y muy amable-. Lo que percibes en esta sala es la muerte, pero es la muerte de las creencias y de los prejuicios. Nada más -Dirigió la mirada a Maharet-. La muerte de los sueños, tal vez -dijo-, de los sueños que deberían haber muerto hace ya mucho tiempo.
Maharet aparentaba estar sin vida, pasiva, tan pasiva como pueda aparentar un ser vivo. Sus ojos violeta estaban fatigados, inyectados de sangre. De pronto me di cuenta de por qué. Eran unos ojos humanos. Estaban muriendo en su cabeza. Con la sangre les insuflaba vida una y otra vez, pero no duraba. Demasiados de los diminutos nervios de sus cuerpos estaban muertos.
Vislumbré de nuevo la visión del sueño. Las gemelas, el cadáver ante ellas. ¿Cuál era la relación?
-No es nada -susurró Akasha-. Algo olvidado hace ya mucho tiempo; porque ahora las respuestas no están en la historia. Hemos trascendido la historia. La historia está cimentada en errores; vamos a empezar con la verdad.
Marius replicó de inmediato:
-¿No hay nada que pueda convencerte de que te detengas? -Su tono fue infinitamente más sumiso de lo que yo había esperado. Estaba sentado, inclinado hacia delante, con las manos cruzadas, en la actitud de uno que se esfuerza por ser razonable- ¿Qué podemos decir? Queremos que ceses tus apariciones. Queremos que no intervengas.
Los dedos de Akasha apretaron los míos. La mujer pelirroja me miraba ahora fijamente con sus ojos violeta inyectados de sangre.
-Akasha, te lo pido -dijo Marius-. Pon fin a esta rebelión. No te vuelvas a aparecer a los mortales; no des ninguna orden más.
Akasha rió suavemente.
-¿Y por qué no, Marius? ¿Porque trastorna tu precioso mundo, el mundo que has estado observando durante dos mil años, observándolo del modo en que vosotros los romanos observabais la vida y la muerte en la arena, como si tales cosas fueran un espectáculo o una obra de teatro, como si no tuviera la menor consecuencia, como si los hechos palpables del sufrimiento y de la muerte no importaran mientras uno estuviese entretenido?
-Me doy perfecta cuenta de lo que intentas hacer -repuso Marius-. Akasha, no tienes derecho.
-Marius, tu alumno aquí presente me ha ofrecido esos viejos argumentos -respondió ella. Su tono era ahora más calmado, de manifiesta paciencia, como el de él-. Pero, con más trascendencia, yo me los he ofrecido mil veces a mí misma. ¿Cuánto tiempo crees que hace que escucho las plegarias del mundo y que medito acerca de un modo de terminar con el infinito ciclo de violencia humana? Ya es hora de que escuchéis lo que tengo que decir.
-¿Vamos a jugar algún papel en esto? -preguntó Santino- ¿O seremos destruidos como los demás? -Sus modales fueron más impulsivos que arrogantes.
Por primera vez, la mujer pelirroja manifestó un tenuísimo parpadeo de emoción; sus ojos cansados se clavaron en él de inmediato y sus labios se tensaron.
-Seréis mis ángeles -respondió Akasha dirigiéndole la mirada con ternura-. Seréis mis dioses. Si no decidís seguirme, os destruiré. En cuanto a los viejos, a los cuales no puedo despachar tan fácilmente -y volvió a mirar a Khayman y a Maharet-, si se vuelven contra mí, serán como los demonios opuestos a mí, y toda la humanidad los perseguirá hasta darles caza; y su oposición me será utilísima para mis planes. Pero, lo que teníais hasta ahora (un mundo por el que errar a escondidas), no lo volveréis a tener nunca.
Pareció que Eric estaba perdiendo su batalla silenciosa contra el miedo. Hizo un movimiento como si fuera a levantarse y a salir de la sala.
-Paciencia -dijo Maharet, lanzándole una mirada. Y volvió la vista de nuevo hacia Akasha.
Akasha sonrió.
-¿Cómo es posible -preguntó Maharet en voz muy baja- romper un ciclo de violencia con más violencia, con violencia desenfrenada? Estás destruyendo a los varones de la especie humana. ¿Cuál puede ser el resultado de un acto de tal brutalidad?
-Sabes tan bien como yo el resultado -dijo Akasha-. Es demasiado simple y demasiado evidente para no ser comprendido. Había sido inimaginable hasta ahora. Todos esos siglos permanecí sentada en mi trono, en la cripta de Marius; soñé que la tierra era un jardín, un mundo en que los seres vivían sin el tormento que continuamente oía, percibía. Soñé en pueblos consiguiendo la paz sin tiranía. Y entonces, la absoluta simplicidad del plan me sorprendió; fue como la llegada de la aurora. Quienes pueden llevar a cabo un sueño así son las mujeres; pero sólo si se retira a todos los hombres, o a casi todos los hombres.
“En épocas anteriores, una revolución semejante no habría funcionado. Pero ahora es fácil; hay una vasta tecnología en que apoyarse. Después de la purga inicial, el sexo de los bebés podrá ser seleccionado; los fetos no deseados podrán abortarse piadosamente, como ya hoy en día se abortan muchos de ambos sexos. Pero en realidad no hay necesidad de discutir esos detalles. No sois tontos, ninguno de vosotros, por más que algunos seáis muy emotivos o impetuosos.
“Vosotros sabéis tan bien como yo que la paz universal quedará garantizada si la población masculina queda limitada a uno por cada cien mujeres. O sea que todas las formas de violencia gratuita desaparecerán.
“El reino de la paz será algo como el mundo no ha conocido nunca. Posteriormente, la población masculina podrá ser incrementada de forma gradual. Pero para que la estructura ideológica se transforme, los varones deben desaparecer. ¿Quién puede discutirlo? Quizá ni siquiera sea necesario mantener a uno de cada cien. Pero se hará como un gesto de generosidad. Por eso lo voy a permitir. Al menos para empezar.
Me percaté de que Gabrielle estaba a punto de hablar. Intenté hacerle un gesto para que callase, pero no me prestó atención.
-De acuerdo, los efectos son obvios -dijo-. Pero si hablas en términos de exterminio en masa, la palabra paz es una ridiculez. Liquidas a una mitad de la población mundial. Si los hombres y mujeres nacieran sin brazos y sin piernas, también podría llegarse a un mundo igual de pacífico.
-Los hombres merecen lo que les va a pasar. Como especie, recogerán lo que han sembrado. Y recuerda, estoy hablando de una purificación temporal, un retiro, por decirlo de algún modo. Es la simplicidad del plan lo que lo hace bello. Colectivamente las vidas de esos hombres no igualan las vidas de las mujeres que los hombres han matado en el transcurso de los siglos. Tú lo sabes y yo lo sé. Ahora, dime, ¿cuántos hombres en el transcurso de los siglos han caído muertos por manos femeninas? Si volvieses a la vida a todos los hombres muertos por mujeres, ¿crees que su número llegaría a llenar esta casa?
“Pero bien, esos detalles no tienen importancia. Repito, sabemos que lo que digo es verdad. Lo que importa, lo que es relevante, e incluso más exquisito que la misma proposición, es que ahora tenemos los métodos para hacer que suceda. Soy indestructible. Vosotros tenéis poderes para ser mis ángeles. Y no hay nadie que se nos pueda oponer y pueda vencernos.
-Eso no es cierto -dijo Maharet.
Un pequeño destello de cólera enrojeció las mejillas de Akasha; un glorioso rubor rojo que se desvaneció de inmediato dejándola con la misma apariencia inhumana de antes.
-¿Tratas de decir que tú puedes detenerme? -interrogó con cierta rigidez en los labios- Eres muy imprudente al sugerirlo. ¿Sufrirías la muerte de Eric, Mael y Jessica, por poner un ejemplo?
Maharet no respondió. Mael estaba excitado, pero no de miedo sino de ira. Mael miró a Jesse, después a Maharet y por fin a mí. En mi piel pude sentir su odio.
Akasha continuó con la vista fija en Maharet.
-Oh, te conozco, créeme -prosiguió Akasha, suavizando levemente la voz-. Sé que has sobrevivido al paso de los años sin cambiar. Te he visto miles de veces a través de los ojos de otros; sé que sueñas que tu hermana vive. Y tal vez sea cierto, de algún modo penoso. Sé que tu odio hacia mí sólo se ha agudizado; y buscas en tu mente, retrocedes en el recuerdo, hacia el mismo principio, como si allí pudieras encontrar sentido a lo que está ocurriendo ahora. Pero, como tú misma me dijiste hace mucho tiempo en el palacio de ladrillos de barro a orillas del río Nilo, no hay sentido, no hay razón. ¡No hay nada! Hay seres visibles e invisibles; y cosas horribles que pueden acaecer al más inocente de todos. ¿No te das cuenta?, esto es tan crucial para lo que voy a hacer ahora como todo lo demás.
De nuevo Maharet permaneció sin responder. Estaba sentada tiesa; sólo sus ojos oscuramente hermosos mostraban un tenue destello de lo que podía haber sido dolor.
-Yo crearé el sentido y la razón -dijo Akasha en un trance de odio-. Yo crearé el futuro; yo definiré la bondad; yo definiré la paz. Y no invocaré a dioses o diosas míticos o a espíritus para justificar mis acciones, no invocaré moralidades abstractas. ¡Tampoco invocaré la historia! ¡No buscaré el cerebro y el corazón de mi madre entre el polvo!
Un escalofrío recorrió a los demás. Una leve sonrisa amarga se esbozó en los labios de Santino. Y como protectoramente, Louis dirigió su mirada hacia la muda figura de Maharet.
Marius estaba angustiado de que aquello prosiguiese.
-Akasha -dijo como en una súplica-, aunque pudiera realizarse, aun suponiendo que la población mortal no se rebelase contra ti y que los hombres no encontrasen algún medio de destruirte antes de que pudieras llevar a término este plan…
-Marius, o eres un estúpido o crees que lo soy yo. ¿No crees que sé de lo que es capaz el mundo? ¿Que no sé qué absurda mezcla de salvajismo y de astucia tecnológica conforma la mente del hombre actual?
-Mi Reina, ¡no creo que lo sepas! -replicó Marius- De verdad, no lo creo. No creo que tu mente pueda abarcar la concepción total de lo que es el mundo. Nadie de nosotros puede; es demasiado variado, demasiado inmenso; tratamos de ponerlo a nuestro alcance con la razón; pero no lo logramos. Uno conoce un mundo, pero no es el mundo; es el mundo que ha seleccionado de una docena de otros mundos por razones personales.
Akasha sacudió la cabeza: otro destello de rabia.
-No pongas a prueba mi paciencia, Marius -dijo-. Te perdoné la vida por una razón muy simple. Porque Lestat te quería vivo. Y porque eres fuerte y puedes ser de gran ayuda para mí. Pero eso es todo, Marius. Anda con cuidado.
Un silencio se hizo entre ellos. Con toda seguridad, Marius había advertido que ella mentía. Yo lo advertí. Akasha lo amaba y este amor la humillaba; por eso intentó herirlo. Y lo consiguió. En silencio, Marius se tragó su rabia.
-Aunque pudiera llegarse a realizar -insistió con amabilidad-, ¿puedes decir honestamente que los seres humanos lo han hecho tan mal que merezcan un castigo semejante?
Una sensación de alivio inundó mi cuerpo. Sabía que tendría valor, sabía que encontraría algún medio para ponerla en apuros, por mucho que lo amenazase; él diría todo lo que yo había luchado por decir.
-Ah, me aburres, Marius -respondió ella.
-Akasha, durante dos mil años he estado observando -prosiguió él-. Llámame el romano en la arena si lo deseas y cuéntame las historias de las épocas anteriores. Las historias de cuando me arrodillaba a tus pies y te suplicaba que me dieses tus conocimientos. Pero lo que he presenciado en este corto lapso de tiempo me ha llenado de devoción y de amor por todas las cosas mortales; he visto revoluciones en pensamiento y en filosofía que creía imposibles. ¿No se dirige la raza humana hacia la verdadera época de paz que tú describes?
El rostro de ella era la viva imagen del desprecio.
-Marius -contestó Akasha-, este siglo pasará a la historia como el siglo más sangriento de la humanidad. ¿De qué revoluciones hablas, cuando una sola y pequeña nación europea ha exterminado a millones de personas por el capricho de un loco, cuando las bombas han reducido al olvido a ciudades enteras? ¿Cuando los niños de los desérticos países de Oriente luchan contra otros niños en nombre de un dios antiguo y despótico? Marius, mujeres del mundo entero lavan los frutos de su vientre en las cloacas públicas. Los gritos de los famélicos son ensordecedores, pero los ricos que viven retozando en ciudadelas tecnológicas hacen oídos sordos a ellos; las enfermedades aumentan a marchas forzadas entre los hambrientos de continentes enteros, mientras enfermos en hospitales palaciegos gastan la riqueza del mundo en cosmética y promesas de la vida eterna por medio de píldoras y frascos medicinales -Rió con suavidad-. ¿Sonaron nunca tan clamorosamente, en los oídos de aquellos de nosotros que los pueden oír, los gritos de los moribundos? ¿Se ha derramado nunca tanta sangre?
Pude sentir la frustración de Marius. Pude sentir la pasión que le hacía cerrar el puño con fuerza y revolver su alma en busca de argumentos adecuados.
-Hay algo que no puedes ver -dijo finalmente-. Hay algo que no llegas a comprender.
-No, querido mío. No hay nada defectuoso en mi visión. Nunca lo hubo. Eres tú quien no llega a ver claro. Quien nunca ha visto claro.
-¡Mira afuera, al bosque! -exclamó Marius, señalando las paredes de cristal a nuestro alrededor- Elige un árbol; descríbelo a voluntad en términos de lo que destruye, de lo que desafía y de lo que no llega a realizar y tendrás un monstruo de raíces codiciosas e irresistible empuje, que se come la luz de las otras plantas, sus alimentos, su aire. Pero esta no es la verdad del árbol. No es la verdad entera cuando se lo observa como formando parte de la naturaleza, y por naturaleza no me refiero a nada sagrado, me refiero sólo al tapiz completo, Akasha, me refiero sólo a la entidad mayor que lo abarca todo.
-Así pues, vas en busca de causas para el optimismo -repuso ella-, como siempre. Vamos, hombre. Examina ante mí las ciudades occidentales, donde incluso los pobres reciben fuentes de carne y vegetales a diario y dime que el hambre ya no existe. Pues bien, tu alumno aquí presente ya me ha torturado lo suficiente con tal sarta de tonterías, las estúpidas tonterías en que se ha basado siempre la complacencia de los ricos. El mundo se hunde en la depravación y el caos; como siempre, o peor.
-Oh, no, no -dijo inflexible-. Hombres y mujeres son animales en proceso de aprendizaje. Si no te das cuenta de lo que han aprendido, es que estás ciega. Son seres siempre cambiantes, que siempre mejoran, que siempre engrandecen su visión y las capacidades de sus corazones. No dices toda la verdad cuando hablas del siglo más sangriento; no ves la luz que brilla con más intensidad, por contraste con la oscuridad; ¡no ves la evolución del alma humana!
Marius se levantó de su sitio en la mesa y, por la izquierda, dio la vuelta hacia donde se encontraba ella. Se sentó en la silla que quedaba libre entre ella y Gabrielle. Extendió la mano y levantó la de Akasha.
Me dio miedo mirarlo. Temí que ella no le permitiría tocarla; pero pareció que aquel gesto le agradaba; sólo sonrió.
-Es cierto lo que dices acerca de la guerra -prosiguió en tono de súplica, y luchando por mantener su dignidad al mismo tiempo-. Sí, y los gritos de los moribundos, yo también los he oído; todos los hemos oído, en todas las décadas; incluso ahora, las noticias diarias de conflicto armado azotan al mundo. Pero el clamor de protesta contra estos horrores es la luz de la que estoy hablando; hablo de actitudes que nunca fueron posibles en el pasado. Es la intolerancia de los hombres y mujeres pensantes en el poder que, por primera vez en la historia de la raza humana, quieren verdaderamente poner fin a la injusticia en todas sus formas.
-Hablas de actitudes intelectuales de unos pocos.
-No -repuso-. Hablo de la filosofía del cambio; hablo del idealismo del cual nacerán auténticas realidades. Akasha, por muchos defectos que tengan, han de tener tiempo para perfeccionar sus propios sueños, ¿no te das cuenta?
-¡Sí! -Fue Louis quien intervino.
Mi corazón se hundió. ¡Tan vulnerable! ¿Dirigiría ella su odio hacia él? Pero con sus maneras pausadas y refinadas, prosiguió:
-Es su mundo, no el nuestro -dijo con humildad-. Seguramente lo perdimos cuando perdimos nuestra mortalidad. No tenemos derecho a interrumpir su lucha. ¡No podemos robarles las victorias que les han costado tanto! En los últimos siglos, sus progresos han sido milagrosos; han rectificado errores que la humanidad creía inevitables; por primera vez han desarrollado el concepto de la verdadera familia humana.
-Me conmueves con tu sinceridad -respondió ella-. Has salvado la vida sólo porque Lestat te quería. Ahora me doy cuenta de la razón de este amor. ¡Cuánto valor has necesitado para hablarme con sinceridad! Y sin embargo eres el mayor depredador de todos los inmortales aquí reunidos. Matas sin consideración a la edad, el sexo o la voluntad de vivir.
-¡Entonces mátame! -explotó él- Desearía que ya lo hubieses hecho. ¡Pero no mates a los seres humanos! No interfieras en su vida. ¡Aunque se maten entre ellos! Dales tiempo para que lleguen a ver este nuevo futuro realizado, a las ciudades occidentales, aunque sean muy corruptas, tiempo de llevar sus ideales a un mundo destrozado, a un mundo que sufre.
-Tiempo -dijo Maharet-. Quizá sea esto lo que pedimos. Tiempo. Y es lo que está en tus manos darnos.
Hubo una pausa.
Akasha no quería volver a mirar a aquella mujer; no quería escucharla. Sentí que se replegaba. Retiró la mano que le tomaba Marius; clavó los ojos en Louis durante un largo momento y luego se volvió hacia Maharet como si no pudiera evitarlo, y su rostro se puso rígido y casi cruel.
Pero Maharet prosiguió:
-Durante siglos has meditado en silencio acerca de tus soluciones. ¿Qué son cien años más? Seguro que no discutirás que el último siglo de esta Tierra estaba más allá de toda predicción o imaginación, y que los avances tecnológicos de este siglo pueden concebiblemente proporcionar comida, refugio y salud a todos los pueblos de la Tierra.
-¿Seguro que es así? -fue la contestación de Akasha. Un profundo odio se agitó en su interior, un odio que encendió su sonrisa al hablar- He aquí lo que los avances tecnológicos han dado al mundo. Le han dado gas venenoso, enfermedades producidas en laboratorios y bombas que pueden destruir el planeta entero. Han dado al mundo desastres nucleares que han contaminado comida y bebida de continentes enteros. Y los ejércitos hacen lo que han hecho siempre, con moderna eficacia. La aristocracia de un pueblo masacrada en una hora en un bosque nevado; los intelectuales de una nación, incluidos los que llevan gafas, fusilados por sistema. En el Sudán las mujeres continúan mutilándose habitualmente para complacer a sus maridos; en Irán, los niños caen bajo los disparos de los fusiles.
-No puede ser que lo único que hayas visto sea esto -dijo Marius-. No lo creo. Akasha, mírame. Sé comprensiva conmigo, y escucha lo que trato de decirte.
-¡No tiene ninguna importancia que lo creas o no! -dijo con el mismo odio del principio- No has aceptado lo que yo estoy tratando de decirte. No te has rendido ante la exquisita imagen que he presentado a tu mente. ¿No comprendes el don que te ofrezco? ¡Tu salvación! ¿Y qué eres si no te lo doy? ¡Un bebedor de sangre, un asesino!
Nunca la oí hablar con tal ardor. Como Marius iba a responderle, ella le hizo un gesto imperioso para que se callase. Y miró a Santino y a Armand.
-Tú, Santino -dijo-. Tú que has gobernado a los Hijos de las Tinieblas romanos, cuando creían que hacían la voluntad de Dios como secuaces del Diablo… ¿recuerdas lo que es tener un objetivo? Y tú, Armand, el amo de la vieja asamblea de París, ¿recuerdas cuando eras un santo de las tinieblas? Entre el Cielo y el Infierno, teníais vuestro lugar. Os lo ofrezco de nuevo; y no es un engaño. ¿No podéis hacer un esfuerzo por recuperar vuestros ideales perdidos?
Ninguno de los dos respondió. Santino estaba paralizado de horror; su herida interior estaba sangrando. El rostro de Armand no revelaba sino desesperación.
Una oscura expresión de fatalidad envolvió a Akasha. Aquello era fútil. Nadie se uniría a ella. Miró a Marius.
-¡Tu preciosa humanidad! -exclamó- ¡No ha aprendido nada en seis mil años! ¡Me hablas de ideales y de metas! Había hombres en la corte de mi padre, en Uruk, que ya sabían que los hambrientos debían ser alimentados. ¿Sabes lo que es tu mundo moderno? ¡Los televisores son los tabernáculos de lo milagroso y los helicópteros sus ángeles de la muerte!
-De acuerdo, pues, ¿cómo será tu mundo? -preguntó Marius con las manos temblorosas- ¿No crees que las mujeres lucharán por sus hombres?
Ella rió. Se volvió hacia mí.
-¿Lucharon en Sri Lanka, Lestat? ¿Lucharon en Haití? ¿Lucharon en Lynkonos?
Marius me miró fijamente. Esperaba mi respuesta, esperaba que me pusiera de su lado. Yo quería argumentar; tomar los cabos sueltos que me había dado y proseguir la discusión. Pero mi pensamiento estaba en blanco.
-Akasha -dije-. No sigas con ese baño de sangre. Por favor. No mientas a los humanos ni los confundas más.
Hela aquí, brutal, sin adornos, pero era la única verdad que le podía ofrecer.
-Sí, porque eso es la esencia de tu propósito -agregó Marius, con tono mas cauteloso otra vez, temeroso y casi suplicante-. Es una mentira, Akasha, ¡es otra supersticiosa mentira! ¿No tenemos ya suficientes mentiras? ¿Sobre todo ahora, cuando, de entre todos los tiempos, el mundo despierta de sus inveterados engaños; cuando se ha sacudido de encima a los viejos dioses?
-¿Una mentira? -inquirió ella. Se retrajo, como si la hubieran herido- ¿Cuál es la mentira? ¿Mentí cuando les dije que traería un reino de paz en la Tierra? ¿Mentí cuando les dije que yo era lo que estaban esperando? No, no mentí. Lo único que puedo hacer es ofrecerles una primera migaja de la verdad que nunca han tenido. Soy lo que creen que soy. Soy eterna y omnipotente y las protegeré…
-¿Las protegerás? -repitió Marius- ¿Cómo puedes protegerlas de sus enemigos más letales?
-¿Qué enemigos?
-Enfermedades, mi Reina. La muerte. Tú no curas. No puedes dar vida ni salvarla. Y ellas esperan esos milagros. Lo único que tú puedes hacer es matar.
Silencio. Quietud. Su rostro quedó de súbito tan petrificado como cuando había estado en la cripta, con los ojos mirando estáticos al vacío, con la mente en blanco o en profundos pensamientos, imposible de distinguir.
Ningún sonido excepto la leña crepitando y derrumbándose en el fuego.
-Akasha -susurré-. Tiempo, lo que pedía Maharet. Un siglo. ¡Cuesta tan poco darlo!
Aturdida, se volvió hacia mí. Pude sentir el aliento mortal en mi rostro, pude sentir la muerte tan cerca como años y años atrás, cuando los lobos me acorralaron en el bosque helado y no podía alcanzar las ramas de los árboles desnudos.
-Todos sois mis enemigos, ¿no es así? -siseó ella- Incluso tú, príncipe mío, tú eres mi enemigo. Mi amante y mi enemigo al mismo tiempo.
-¡Te quiero! -exclamé- Pero no te puedo mentir. ¡No puedo creer en ello! ¡Es un error! La misma simplicidad y evidencia hacen que sea un error.
Sus ojos recorrieron con rapidez los rostros de los reunidos. Eric estaba al borde del pánico otra vez. Y de Mael pude sentir el odio que se encrespaba en su interior.
-¿No hay nadie de vosotros que se quiera poner de mi lado? -preguntó en un murmullo- ¿Nadie que quiera alcanzar ese sueño deslumbrante? ¿Nadie dispuesto a renunciar a su pequeño mundo egocéntrico? -Fijó la vista en Pandora- Ah, tú, pobre soñadora, apenada por tu humanidad pedida. ¿No quieres redimirte?
Pandora miró como a través de un cristal brumoso.
-No es de mi gusto traer la muerte -respondió en un susurro aun más suave- Para mí es suficiente verla en la caída de las hojas. No puedo creer que de una carnicería puedan salir cosas buenas. Porque eso es lo esencial, mi Reina. Esos horrores persisten, pero los hombres buenos y las mujeres buenas de todas partes los deploran; deberías reformar tales métodos; deberías exonerarlos y llevar a cabo un diálogo -Sonrió tristemente-. Yo no soy útil para ti. No tengo nada que ofrecer.
Akasha no respondió. Sus ojos recorrieron de nuevo los rostros de los demás; los detuvo, calibrando, en Mael, en Eric. En Jesse.
-Akasha -intervine yo-, la historia es una retahíla de injusticias, nadie lo niega. Pero ¿cuándo una solución simple no ha sido sino perjudicial? Sólo en la complejidad podemos encontrar las respuestas. A través de la complejidad el hombre lucha hacia la claridad; es un proceso lento y lleno de obstáculos, pero es el único camino. La simplicidad exige demasiados sacrificios. Siempre los ha exigido.
-Sí -dijo Marius-. Exactamente. Simplicidad y brutalidad son sinónimos en filosofía y en acciones. ¡Lo que propones es brutal!
-¿No hay nada de humildad en ti? -inquirió ella de súbito. Se volvió de mí hacia él- ¿No hay voluntad de comprender? ¡Sois tan orgullosos, todos vosotros, tan arrogantes! ¡Queréis que vuestro mundo permanezca acorde con vuestra codicia de sangre!
-No -dijo Marius.
-¿Qué he hecho para que os pongáis todos en contra mía? -preguntó. Me miró a mí, luego a Marius y finalmente a Maharet- De Lestat esperaba arrogancia -prosiguió-. Esperaba tópicos, retórica, ideas sin fundamento. Pero de la mayoría de vosotros esperaba más. ¡Oh, cómo me habéis decepcionado! ¿Cómo podéis dar la espalda al destino que os aguarda? ¡Vosotros, que podíais ser los salvadores! ¿Cómo podéis negar lo que habéis visto?
-Pero ellos querrán saber lo que realmente somos -intervino Santino-. Y una vez lo sepan se alzarán contra nosotros. Querrán la sangre inmortal, que es lo que quieren siempre.
-Incluso las mujeres quieren vivir para siempre -corroboró Maharet fríamente-. Incluso las mujeres matarían por esto.
-Akasha, esto es una locura -dijo Marius-. Es irrealizable. No oponer resistencia sería impensable en el mundo occidental.
-Es una visión salvaje y primitiva -dijo Maharet con fría burla.
El rostro de Akasha se ensombreció de nuevo por el odio. Pero, aun en su furia, la hermosura de su expresión se mantuvo inamovible.
-¡Siempre te has opuesto a mí! -dijo a Maharet- Te destruiría si pudiese. Heriría a los que amas.
Hubo un silencio de aturdimiento. Pude oler el miedo en los demás, aunque nadie se atrevió a moverse o hablar.
Maharet asintió. Sonrió con la seguridad que da el saber.
-Eres tú la arrogante -respondió-. Eres tú la que no ha aprendido nada. Eres tú la que no ha cambiado en seis mil años. Es tu alma la que continúa imperfecta, mientras los mortales se mueven en reinos que nunca podrás comprender. En tu aislamiento soñaste sueños como miles de humanos han soñado, protegida de toda observación o contraste; ¿y emerges de tu silencio dispuesta a hacer reales para el mundo esos sueños? Expones los sueños en esta mesa, a un puñado de compañeros de especie, y se derrumban. No puedes defenderlos. ¿Cómo podría alguien defenderlos? ¡Y nos dices que negamos lo que es evidente!
Maharet se levantó despacio de la silla. Se inclinó un poco hacia delante, apoyando su peso en los dedos que tocaban la madera.
-Bien, te diré lo que es evidente -prosiguió-. Hace seis mil años, cuando los hombres creían en los espíritus, tuvo lugar un accidente hórrido e irreversible; a su manera, fue tan horroroso como los monstruos que a veces nacen de los mortales, monstruos que la naturaleza no soporta que vivan. Pero tú, aferrada a la vida, aferrada a tu voluntad, aferrada a tus prerrogativas reales, rechazaste llevarte este error a la tumba prematura. Santificarlo, éste fue tu propósito. Dar nacimiento a una gran y gloriosa religión; y aún es tu propósito. Pero en definitiva es un accidente, una malformación, nada más.
“Contempla ahora las épocas que se han sucedido desde aquel siniestro, maligno momento; contempla las demás religiones basadas en el pánico; basadas en alguna aparición o en alguna voz de las nubes. Basadas en la intervención de lo sobrenatural, de una forma u otra: milagros, revelaciones, un muerto levantándose de la tumba…
“Contempla los efectos de tus religiones, de esos movimientos que han arrebatado a millones con sus fantásticas afirmaciones. Contempla lo que han provocado a lo largo de la historia humana. Contempla las guerras desencadenadas por su culpa; contempla las persecuciones, las masacres. Contempla la esclavización pura de la razón; contempla el precio de la fe y del fanatismo.
“¡Y nos hablas de niños muriendo en los países orientales, en el nombre de Alá, mientras los fusiles repiquetean y las bombas caen!
“Y la guerra de que hablas, en la cual una pequeña nación europea trataba de exterminar a un pueblo entero… ¿En nombre de qué gran propósito espiritual, en nombre de qué nuevo mundo, se cometió? ¿Y qué recuerda el mundo de ello? Los campos de concentración, los hornos crematorios, que asaban cuerpos a miles. ¡Las ideas han desaparecido!
“Escucha bien, nos costaría un enorme esfuerzo determinar qué es peor, la religión o la idea pura. La intervención de lo sobrenatural o la evidente, simple y abstracta solución. Ambas han bañado esta tierra de sufrimientos; ambas han puesto a la raza humana de rodillas, literal y figuradamente.
“¿No te das cuenta? No es el hombre el enemigo de la especie humana. Es lo irracional; es lo espiritual cuando está divorciado de lo material, cuando está divorciado de la realidad de un corazón palpitante o de una vena sangrando.
“Nos acusas de codicia de sangre. Ah, pero esta codicia es nuestra salvación. Porque sabemos lo que somos; conocemos nuestros límites y conocemos nuestros pecados; tú nunca has conocido los tuyos.
“Desearías empezarlo todo de nuevo, ¿no? Desearías dar nacimiento a una nueva religión, una nueva revelación, una nueva ola de superstición, de sacrificio y de muerte.
-Mientes -replicó Akasha, con la voz apenas capaz de contener la furia-. Traicionas la belleza esencial del sueño; la traicionas porque no tienes visión, no tienes sueños.
-¡La belleza no tiene nada que ver con esto! -exclamó Maharet- ¡No se merece tu violencia! ¡Eres tan despiadada que las vidas que quieres destruir no significan nada para ti! ¡Y nunca han significado nada!
La tensión en el ambiente era insostenible. Mi cuerpo rezumaba sudor sangriento. Sentía el pánico a mi alrededor. Louis había agachado la cabeza y se cubría la cara con las manos. Sólo el joven Daniel parecía desesperadamente extasiado. Y Armand simplemente tenía los ojos fijos en Akasha, como si todo estuviera ya fuera del alcance de su posibilidad de actuar.
Akasha luchaba interiormente, en silencio. Pero enseguida pareció recuperar su convicción.
-¡Mientes, como siempre has mentido! -gritó con desesperación- Pero no importa si no combatís a mi lado. Haré lo que tengo el propósito de hacer; retrocederé a través de los milenios y redimiré aquel momento pretérito, redimiré el antiquísimo mal que tú y tu hermana trajisteis a mi tierra; retrocederé y lo mostraré a los ojos del mundo hasta que se convierta en el Belén de la nueva era; y por fin existirá la paz en la Tierra. No hay bien grandioso que no se haya conseguido sin sacrifico ni valor. Y si os volvéis contra mí, si me presentáis batalla, crearé de mejor temple los ángeles que necesito.
-No, no lo harás -negó Maharet.
-Akasha, por favor -dijo Marius-, concédenos tiempo. Concédenos sólo una demora, para reflexionar. Concédenos que a partir de este momento no suceda nada.
-Sí -insistí yo-. Danos tiempo. Ven conmigo. Salgamos juntos (tú, Marius y yo) de aquí, salgamos de los sueños y vayamos al mundo mismo.
-¡Oh, cómo me insultas y me desprecias! -susurró ella. Su odio iba dirigido a Marius, pero estaba a punto de volverse hacia mí.
-Hay tantas cosas, tantos lugares que quiero mostrarte -dijo él-. Sólo dame una oportunidad. Akasha, durante dos mil años he cuidado de ti, te he protegido…
-¡Te has protegido a ti mismo! Has protegido a la fuente de tu poder, ¡a la fuente de tu maldad!
-Te lo suplico -dijo Marius-. Me arrodillaré ante ti. Sólo un mes, ven conmigo, conversemos, examinemos todas las evidencias…
-Tan insignificantes, tan limitados -musitó Akasha-. Y no os sentís en deuda con el mundo que hizo de vosotros lo que sois, no os sentís en deuda para devolver el beneficio de vuestro poder, ¡para transformaros de malignos en dioses!
En ese momento, con la sorpresa que se expandía en su rostro, se volvió hacia mí.
-Y tú, mi príncipe, que viniste a mi cámara como si yo fuese la Bella Durmiente, que me despertaste a la vida de nuevo con tu apasionado beso. ¿No quieres reconsiderarlo? ¡Por mi amor! -De nuevo las lágrimas aparecieron en sus ojos- ¿Te unirás a ellos en contra mía, también? -Extendió los brazos y colocó sus manos a ambos lados de mi rostro- ¿Cómo puedes traicionarme? -prosiguió- ¿Cómo puedes traicionar un sueño así? Esos son unos indolentes, unos falsos, llenos de malevolencia. Pero tu corazón es puro. Posees un coraje que trasciende el pragmatismo. ¡Tú también tuviste tus sueños!
No tenía que responder. Ella ya lo sabía. Tal vez lo viera mejor que yo mismo. Lo único que yo veía era el sufrimiento en sus ojos negros. El dolor, la incomprensión, y la pena que sentía por mi causa.
De repente pareció que no se podía mover ni hablar. No había nada que yo pudiera hacer; nada que pudiera salvarlos o salvarme. ¡La quería! ¡Pero no podía ponerme de su lado! En silencio, le supliqué que me comprendiese y que me perdonase.
Su rostro estaba helado, casi como si las voces la hubiesen ganado para sí; era como si yo estuviera ante su trono, en la trayectoria de su mirada invariable.
-Te mataré a ti primero, príncipe -dijo mientras sus dedos me acariciaban con gran cariño-. Quiero que te vayas de mi lado. No quiero mirar tus ojos y ver de nuevo tu traición.

Para no arruinar el final, no incluyo el subsiguiente enfrentamiento entre Akasha y los demás vampiros. Espero que les haya gustado.

2 comentarios:

  1. Vaya, vaya, veo que mi último relato movió alguna cuerda entre tus recuerdos... Me gustaron mucho las dos primeras partes de la Primera Trilogía Vampírica de Ann Rice. Desgraciadamente, La Reina de los Condenados me supuso la segunda decepción (la primera fue La Hora de las Brujas) con la autora, pues consigue volver tediosos los finales de sus sagas. Tal vez me pase lo mismo que con Dan Brown, que al final se repiten tanto en sus relatos, estiran tanto las situaciones, que ya prevés lo que va a pasar.
    Aun así, un brindis por Ann Rice, por renovar el género del terror fantástico en su momento.
    (Y me han gustado mucho los últimos cambios estéticos en tu blog, Martín, ¡felicidades!)

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  2. A mí la que no me gustó fue la siguiente parte de la saga, El ladrón de cuerpos. Me pareció que, después de que se jugase el destino de la humanidad en el tercer libro, la historia del cuarto era demasiado minimalista.
    Te agradezco muchísimo la visita y los elogios.
    Saludos

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