Hoy tengo demasiados unhealthy feelings, de modo que voy a depacharme con esta gran canción de T. Rex.
Finalmente rendí mis dos primeros finales. En el del lunes me saqué un 7,50, nota que me dejó más que satisfecho, pero en el de ayer me saqué “apenas” un 7. Puede parecer raro, pero esa segunda nota me dejó con sabor a poco, no tanto por la nota en sí sino porque en esa materia esperaba más. Es decir, es una materia que consiste en un 90 o 95% en Historia argentina, y fue un final en el que tuve el “privilegio” de elegir mi tema sin que me hiciesen las temidas “preguntas generales” que hunden a más de uno. Y me senté y hablé de los gobiernos radicales de 1916-1930, arrancando desde la sanción de la ley Sáenz Peña de 1912 que les permitió el ascenso al poder. No me equivoqué en nada, el profe no me corrigió ningún error y solo intervenía para pedirme pasar al tema siguiente (de las características de la ley Sáenz Peña me hizo saltar a los pros y contras del primer gobierno de Yrigoyen, luego al “interregno” de Alvear y por último a mi opinión personal sobre los motivos del golpe de 1930). Finalmente salí del salón y después de unos momentos me devolvieron la libreta con un “7” y la firma del profesor. Sonreí, me la guardé en la mochila, me quedé un rato esperando que saliese una amiga que rendía después de mí, y me volví a mi casa.
Me siento algo culposo por pensar así, en primer lugar porque un 7 es una nota bastante buena, y en segundo lugar porque la semana que viene y la otra tendré que rendir algunas materias en las que podré considerarme afortunado si las apruebo con el 4 de rigor. Pero sigo pensando que debería haber conseguido más.
Y encima, hoy me encuentro con esto en la tribuna de doctrina. Está claro que no hay un ala progresista y un ala conservadora en el Episcopado: hay obispos de centroderecha (Bergoglio, Hesayne) y de ultraderecha (Aguer, Baseotto). Por no mencionar la carta sobre los “trituradores de bebés”.
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